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sábado, 22 de noviembre de 2014

Benjamín Griss.

Te veía dormir, ¿y sabes?
Ver dormir a quien amas es una putada.
Tenías los ojos como la luna en pleno agosto
y los labios igual que un algodón de azúcar,
la curva de tu sonrisa era mi favorita para matarme,
siempre que te veía desapercibida y tú no te dabas cuenta de lo feliz que me hacías con el simple hecho de existir.

El otoño es la época con la cual ahora me identifico más,
pasan muchas personas por aquí pisando mis hojas secas,
produciendo un sonido al partirse en mil pedazos;
algo así sonó aquel día en que dijiste que te marchabas 
y en aquel momento deseé con todas las fuerzas de la química 
que mi corazón fuese de titanio.

No detuve tus pasos, tampoco decidí caminar contigo;
tarde comprendí que si la gente se va de nuestra vida
es porque quiere, nada más; 
no hay excusa para salir de la vida de otra persona de la noche a la mañana.
Siempre he pensado que las despedidas deberían de ser anticipadas,
para así no causar tanto daño en un solo día, 
y así preparase para el desastroso adiós.

Finalmente llegan las cosas que no queremos que lleguen jamás.
El día llegó y tenías que irte, 
no sé adónde, pero lejos de mí.
Las despedidas causan los peores vértigos.
He odiado la idea de tener que recordar fechas, 
porque, aunque son números, tienen historia.
A veces una historia bonita;
otras veces, una desastrosa.
Y no sé por qué tiendo a recordar siempre lo que me hace daño.

Sigo tanteando desde la distancia tu precipicio para no caer tan fuerte; 
sigo manteniendo insomnios que llevan tu nombre y terminan en un verso; 
sigo manteniendo el silencio cuando me preguntan que qué me pasa, 
cuando, en realidad, me pasa alguien. Tú.

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