Ella era diferente, inevitable, inefable. A veces tan tierna, tan
cálida, tan niña. A veces tan fría, tan distante, tan mujer. Era ella,
sencillamente ella.
¿Sabes? -dijo sentándose-, tiene gracia, todos encontramos buenas
excusas para no permitirnos amar, por miedo a sufrir, por miedo a que un
día nos abandonen. Y, sin embargo, cuánto amamos la vida, pese a saber
que algún día nos abandonará.