Pero te has marchado. Y ya sólo queda este crujir de
hojas que se siente como un resuello. Y pienso, qué injusto que sólo
sepas mirarme a los ojos desde esa cima en la que yo fui yo y en la que
tú eras siempre. Qué frío desde este lado. Qué solos estos cuerpos que
de repente se desconocen. Qué dolorosa, ahora, la simple existencia de
la posibilidad. Cuánto dolor agolpado en su belleza inexpugnable. Me has
arrojado el idioma que te hizo humano y ahora se revuelve en mis manos
como un ciempiés bocarriba. ¿Estaré loca?, pregunto. Los locos. Los
locos son los que no esperan respuestas. Y tú esperas respuestas. Y
esperas su olor. Y su hiedra envenenada. Aunque sepas que te has vuelto a
quedar sola. De nuevo. En esta agónica conversación interminable.
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