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lunes, 29 de septiembre de 2014

Rorshak.

Podría poner un revólver
en tu abdomen
y sin asco
servirme gustoso 
un platillo de tus entrañas,
querida mía.
Podría amarte noches enteras
y transitar dichoso en tus manías
caminar sobre tus deseos
y palparles la mirada
viéndoles la agonía.
Y sin temor enfrentarte
a ti y tu imagen colosal,
coquetearte al oído
y llevarte a nuestro recital,
un par de copas
y un trío con el cadáver de Alicia,
con un par de anfetas encima
besarte la boca,
correr desnudos hasta caer
tumbados en la arena
escuchando a la del poncho rojo 
y la voz rota.
O bien mancharte con ilusiones,
durante un tubo de nicotina,
mancharnos los dedos con resina
y dedicarte canciones.
Tanto podría proponerte,
al observarte
se me ocurren tantas vulgaridades,
tantos elogios,
tantos mentiras,
tantos despojos
tantas verdades.
Sin embargo,
diariamente,
me limito a gritarte en silencio
a callarte a gritos
con el hígado macilento
y el corazón dormido, marchito,
con los dedos morados
a falta de un trago dorado,
el dolor escrito.

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