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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Erika Boté.

Estaba molesta, sólo le pedí una cosa, una sola cosa: cuídate. Y ni siquiera eso puede hacer bien, ¿qué tanto le costaba morderse los labios, llorar un rato y fingir aceptarlo? Fracasé, fracasamos como relación, nos hacíamos daño, nos hacíamos mal, por cada semana buena se venían dos malas; pero no, tenía que ir y embriagarse como si el alcohol se fuera a agotar y tuviera que tomárselo todo en una sola noche.
Y ahora yo quisiera una botella, no dejo de extrañarle, no puedo quitarme su nombre de la cabeza -tenía que tener un nombre tan común-, siempre me gustó llamarle por su nombre aunque cada que lo hacía pensara que era porque estaba molesta, recuerdo la primera vez que salimos a solas, también la noche en que me confesó su amor por mí, lo ingenua que fui al no darme cuenta desde la primera vez que lo dijo, es imposible no pensar en que ya no estará, que por esas calles no volveré a cruzar, que tendré que olvidar ese camino que ya me sé de memoria y no sólo eso, que tendré que olvidar su cuerpo, dejar a un lado las ganas de quererle gritar lo que siento, porque ya es tarde. Nos hacíamos mal, pero aún siendo la decisión correcta, duele. Duele porque desearía estar discutiendo una vez más a sentir tanto su ausencia.

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