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sábado, 5 de julio de 2014

Bárbara Velásquez.

Muchas cosas nos sobraban, mucha paz en nuestro mundo, mucha comida en la cocina, demasiada agua en la tina, hasta las sábanas estaban tiradas en una esquina, muy poco de lo que teníamos ahí nos servía, hasta las risas sobraban, muy felices nos dijeron, muy felices dijimos. Faltaron lágrimas, faltó un poco de sol, faltó el futuro a pesar de que el nuestro estaba dentro de una caja negra que daba vueltas en el universo, ahí podríamos sobrevivir a las guerras externas o eso pensábamos. La música la producían nuestras miradas, nuestros cuerpos. ¿Colores? Era una vida en sepia, una vida de tonos y detalles, muchísimos detalles, semillas. La libertad la proporcionaba una ventana a la que pegamos flores artificiales y desde ahí podíamos observar la triste lluvia de otoño, invierno, primavera y verano. Cuerpos tibios por la razón de nuestras manos. Ojos nostálgicos por el presente, ya estaba todo resuelto. No teníamos que pensar demasiado, no teníamos que actuar y los cigarros aparecían mágicamente cada mañana en la jaula del canario que nunca tuvimos, para que yo amara tu olor y quisiera abrazarte todo el resto del día. Trescientos sesenta y seis días fue demasiado.

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