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sábado, 22 de junio de 2013

Mario Benedetti - Andamios

Para su desencanto, le diré que sigo sin pesadillas, pero en cambio tengo un buen sucedáneo: el insomnio. Le aseguro que el insomnio es mucho peor que las pesadillas. Estas por lo menos son entretenidas: en ellas pasan cosas, a veces terribles, pero pasan. Y cuando uno por fin se despierta, disfruta con alivio de que todo ese horror no sea cierto. El insomnio, en cambio, parece inacabable. Es un tiempo en blanco, o en negro; de todas maneras, tiempo perdido. Uno se oye respirar, las tripas emiten algún ruidito, a veces surge un calambre y los dedos del pie se encojen, endurecidos. Del piso de arriba llega el vaivén de una cama en plena cópula ajena. Cuando suena el canto de un gallo lejanísimo, es la señal de que el temido amanecer se acerca. Es horrible ´despertar´ sin haber dormido. La boca seca, los ojos abiertos e irritados, las sienes al borde de la jaqueca. Y no hay ducha matinal que lave el insomnio. Las pesadillas sí, ésas se van por el caño, pero el insomnio se queda en uno.

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