No podemos tirarnos cada vez que una persona
nos rompe el corazón. Es decir, si podemos, pero no deberíamos. El
tiempo pasa corriendo y la vida nunca espera demasiado, así que gastar
un día pensando en el “cómo hubiera sido”, es desperdiciarlo no
haciéndolo suceder. Hoy duele, pero mañana dolerá un poco menos, y la
próxima semana dolerá todavía menos, y así hasta que no duela más —o en
su defecto— hasta que uno se acostumbre. Lo que quiero decir, sin más
rollo en el asunto, es que terminar tirados siempre vale la pena si eso
hace invencibles nuestras ganas de creer.
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