En el principio del Cosmos, poco después -o mucho, realmente no lo sé- de que el “Big Bang” diera
origen a nuestra caótica realidad, existió una estrella que comenzó a
disgregarse con la expansión del Universo, al final colapsó y sus átomos
se esparcieron por cientos de galaxias. Fueron parte de otras
estrellas, de otros mundos, de planetas grandes y pequeños, de seres
inimaginables y algunos otros de nada. Viajaban así por el Universo,
pero siempre tratando de encontrarse, de volver a ser uno; su anhelo era
reconstruir ese astro del que formaron parte en un principio, pues no
habían encontrado lucero alguno cuya abrasadora calidez superase a esa
estrella _. El hombre hizo una pausa, tomó la mano de su amada y la
estrujó entre las suyas, ella esbozó una delicada sonrisa mientras
esperaba a que la historia prosiguiese. _ Cada vez que sonríes _
continuó _ veo en ti parte de esa estrella, y al mirarte a los ojos
siento que su calor recorre mi cuerpo, llega a mi corazón y ahí, en cada
vigoroso latido, me doy cuenta que llevo también la esencia de esa
estrella; tal vez es por eso que siento que te pertenezco, que me
perteneces; tal vez es por eso, por el anhelo de esa estrella, que
tenemos el apetito de estar juntos.
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