Muchas cosas nos sobraban, mucha paz en nuestro mundo, mucha
comida en la cocina, demasiada agua en la tina, hasta las sábanas
estaban tiradas en una esquina, muy poco de lo que teníamos ahí nos
servía, hasta las risas sobraban, muy felices nos dijeron, muy felices
dijimos. Faltaron lágrimas, faltó un poco de sol, faltó el futuro a
pesar de que el nuestro estaba dentro de una caja negra que daba vueltas
en el universo, ahí podríamos sobrevivir a las guerras externas o eso
pensábamos. La música la producían nuestras miradas, nuestros cuerpos.
¿Colores? Era una vida en sepia, una vida de tonos y detalles,
muchísimos detalles, semillas. La libertad la proporcionaba una ventana a
la que pegamos flores artificiales y desde ahí podíamos observar la
triste lluvia de otoño, invierno, primavera y verano. Cuerpos tibios por
la razón de nuestras manos. Ojos nostálgicos por el presente, ya estaba
todo resuelto. No teníamos que pensar demasiado, no teníamos que actuar
y los cigarros aparecían mágicamente cada mañana en la jaula del
canario que nunca tuvimos, para que yo amara tu olor y quisiera
abrazarte todo el resto del día. Trescientos sesenta y seis días fue
demasiado.
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